Después de la edad de los inviernos
vuelvo a la casa
donde ayer crecían
la doctrina del
geranio
y el tendido sofoco
de las rosas.
Al pozo y su brocal
de densidad oscura,
al árbol cuajado de gorriones y libertad secuestrada
en el espacio parvulario de mi infancia,
o al nido se glicinas,
al árbol cuajado de gorriones y libertad secuestrada
en el espacio parvulario de mi infancia,
o al nido se glicinas,
a quien prestaba su
cuerpo de delfín reciente, Carlos,
el hermano más
pequeño del entonces.
Aún vuelvo al brillo de sus terrazas:
Entonces existía un concurso de tardes bajo la higuera
y una parra con uvas
asustadas después de la vendimia,
que antes que yo supieron
de la cercana mudez de su discurso.
Y aún recuerdo-porque llevo la memoria sobre el hilo de la niebla-
que antes que yo supieron
de la cercana mudez de su discurso.
Y aún recuerdo-porque llevo la memoria sobre el hilo de la niebla-
el sabor del hogar
encendido de amarillo en las ventanas,
cuando la tarde-tobogán se deslizaba e iba a morir
como un beso arrepentido.
cuando la tarde-tobogán se deslizaba e iba a morir
como un beso arrepentido.
Era a mi lama
infantil, de TORRE , la presencia del abuelo;
sus manos
sobrehilaban esfuerzos
y sus ojos eran cálida disculpa
y sus ojos eran cálida disculpa
avanzadilla en
vanguardia a mis errores.
En ellos aprendí a amar el color verde-aceituna,
antes de saber que existían los olivos.
En ellos aprendí a amar el color verde-aceituna,
antes de saber que existían los olivos.
Esther González Sánchez
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