Ahora que voy sola en
este cuerpo,
sin brújulas ni
acentos,
sin pañuelos ni
adioses
que agiten
despedidas,
los feudos de mis
aguas
corren tristes,
vacíos ya de luz,
como una Navidad de
verso solitario;
y frente al mar
abierto
de un soliloquio
eterno,
siento la pesadumbre
del que vuelve
vencido
portando barricadas
de duelo entre los
dedos.
No hay dioses en mi
cuarto,
ni gubias, ni
cinceles,
ni muelas moledoras
de infortunios;
tan solo una
metástasis de pasos
y un arca de Noé, tras
el diluvio.
Esther González Sánchez
Vigo- España
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