Duración de
lo sometido a la mudanza,
molde de la
secuencia de los sucesos:
quién te ha
visto, quién te palpa.
Tratan de
agarrarte, y sólo hallan
en tu seno
esencia intangible,
éter
imponderable, onda inquieta.
Apenas
conocen un pedazo de lo visible;
y pretenden
conversar en clave críptica
sobre la
dimensión de algo
paradójico
e inefable.
Desde la
lejana explosión primigenia,
tienes,
tiempo, el tiempo contado,
pues no has
de crecer perpetuamente.
Dicen los
sabios que volverás,
junto con
tu gemelo, el espacio,
a la
prístina cuna del primer amanecer;
y que cada
segundo es una eternidad.
La caña
pensante dispara sus preguntas
hacia un
cosmos lacónico.
¿Serás,
tiempo, redondo como el reloj
que divide
el flujo de tu corriente?
Y el
relojero, ¿pierde el tiempo midiéndote?
El reloj
guarda en sus entrañas
el ayer, el
hoy y el mañana.
Es
movimiento con el que se mide
el resto de
los movimientos.
Renace hora
a hora, día a día,
y
trasciende las medidas de Cronos.
Ya
quisieran algunos recordar el futuro,
como
recuerdan los ayeres,
pero viven
en la orilla del tiempo.
El presente
se pierde
en las
brumas de la ilusión.
Cuando la
caída del sol llega a los ojos
miopes de
los mortales,
ya el astro
ha rodado cuesta abajo.
Quien se
sumerge en la ola,
sólo aferra
el instante fugaz.
El resto
mora en un pasado
que nunca
jamás regresará.
Los signos
de las jornadas vencidas
enseñan a
manejar los hilos del momento.
El porvenir
es arcilla modelable.
Ya que no
contempló la aurora del alfa,
¿podrá la
mano falible y efímera
configurar
una omega según su voluntad?
Me
intrigan, oh tiempo, tus enigmas.
Si no me preguntan
por ti, te entiendo;
y si me
preguntan, me pierdo
allende
atardeceres y alboradas.
Aníbal Colón De la Vega