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Virus del ébola - Imagen obtenida en Internet |
Madrid, 26 oct.
2014 – ÉBOLA - Nombrar la
palabra ébola en nuestro primer mundo, hoy día, es como señalar otros demonios
tales como el cáncer o el sida. Eso ocurre hoy. Hace apenas medio año, el ébola
era una enfermedad endémica de una zona determinada de África, nada más. Y, un
par de años atrás, ni se hablaba de él, ¿para qué? Solo diezmaba a poblaciones
del interior del continente africano, poblaciones a las que nadie iba, de las
que nadie salía, olvidadas para el resto del mundo; más que olvidadas, en algunos
casos ni tan siquiera conocíamos su situación en el mapamundi. En el fondo,
cuanto más espacio quedase libre en ese gran continente, cuantos más “negritos”
murieran, mayor provecho sacaría el poderoso hombre blanco de ese edén casi
virgen.
Pero, y siempre
hay uno, el mundo se globalizó tanto para lo bueno como para lo malo. En esta
ocasión el virus del ébola está atacando, tal vez, con mayor virulencia de lo
habitual o, tal vez no. Lo que sucede es que tocó con sus nudillos de muerte
sobre nuestras puertas blindadas de nuevos ricos.
Ya no solo eran
los “negritos” de África los afectados –hombres en la flor de la edad,
ancianos, mujeres, niños…-, también sucumbieron a su estrago cooperantes –en el
caso de España misioneros, uno de ellos médico, que debió de llevar a cabo su
labor con el cuerpo y las manos vacías de la protección más idónea, pero llenas
de amor por su prójimo enfermo-. Y, sin darnos cuenta, el virus saltó las
fronteras. Primeros casos en España, donde estamos en pañales para
encarar la enfermedad pero siempre, como buenos o tontos Quijotes, saliendo al
paso para ser más que nadie.
Poco más tarde,
muy poco, llegó a los U.S.A. Parece mentira, también los pilló por sorpresa…
Voló a algún que otro país rico del primer mundo.
¡Era de esperar!
Las personas se mueven ahora con mayor libertad que hace cinco o diez años.
Esos “negritos” del África profunda, ya están cansados de ser quienes paguen
las deudas de los ricos del Norte o del Sur, es igual y, en cuanto pueden,
salen de sus aldeas y se mueven por el orbe, a veces con las manos vacías, o con
cuatro bártulos a cuestas y, aunque no lo quieran, con las enfermedades
endémicas de su entorno. Al igual que nosotros llevamos al viajar en nuestras
mochilas el mejor kit de viaje, también nos acompañan enfermedades que
no existen –o existían- en los lugares exóticos que nos gusta visitar: hasta
las enfermedades se globalizan y expanden.
El problema está
en que, mientras se trató –en el caso del ébola-, de un mal endémico, sin
aparente salida al exterior, a nadie le importó la muerte de cientos y cientos
de personas. ¿A qué gastar millones en estudiar la enfermedad? ¿En buscar una
vacuna para cortar de raíz los posibles futuros brotes de la misma? ¿Qué
importan unos cientos, o miles de “negritos”, perdidos en medio de una selva a
la que los circuitos de los tours operadores no llegan? Debí decir: no llegaban.
La intrepidez de los jóvenes mochileros les hace salir de esos circuitos ya
trillados que solo enseñan lo que quieren las grandes agencias de viajes, ellos
prefieren vivir en directo lo que es habitual en la zona; otros, no solo
viajan, sino que se van de cooperantes, o forman parte de O. N. G.`s que no
están preparadas para estas epidemias.
Ahora, las
farmacéuticas –disculpen la expresión-, pierden el culo para hallar cuanto
antes un remedio eficaz. Para esas industrias farmacéuticas no es de recibo que
los “blanquitos” del mundo “rico” se contagien. ¡No, ahora hay que correr y encontrar
la vacuna que erradique el mal, cuando llevan más de 40 años sabiendo de la
enfermedad, y sin mover un dedo para arreglar el problema!
De regreso a
nuestro país, el caso de la enfermera Teresa Romero contagiada tras cuidar,
de manera voluntaria, al misionero fallecido Manuel García Viejo levantó y
levanta ampollas. Fue vergonzoso la forma en que la trataron las autoridades,
como si ella hubiera sido la causante de tener la enfermedad, vamos, como si se
hubiera querido contagiar cuando aún no existía un protocolo previo para
atender a los enfermos, algo que la administración puso en marcha cuando esta
mujer dio positivo en las pruebas que se le efectuaron. Una serie de personas
de su entorno (unas 10) tuvieron que ser ingresadas de manera preventiva. Ni la
ministra de sanidad, ni el consejero de la Comunidad de Madrid estuvieron a la
altura de tamaño problema que a punto estuvo de írsele de las manos. Parece ser
que Teresa mejora, con lentitud, pero creen que el virus remite y podrá dejar
la sala especial en la que se encuentra aislada. Supongo que los “jerifaltes”
de este país respiran ya más tranquilos –si es que en algún momento se pusieron
nerviosos-.
La guinda de este pastel
de despropósitos sucedió la pasada semana, en un vuelo llegado de París a
Madrid, según las noticias, uno de sus pasajeros de origen africano, llegaba con
fiebre, lo increíble del caso: dejan al enfermo retenido dentro del avión para
observarlo, hasta que llegue la ambulancia y las autoridades médicas… Al resto
de los viajeros, no recuerdo el número de ellos, los dejaron marcharse, así,
sin más. ¿No deberían de haberles realizado alguna prueba a esos pasajeros? Si
alguno de ellos estuvo en contacto directo con él, sus vecinos de asiento, por
ejemplo, ¿no son posibles enfermos? ¡Mejor no pensarlo!
Para acabar, no
sé cómo enfocar este apartado. Diré que no me gusta el maltrato animal, ningún
tipo de maltrato. Opino que, si se tiene una mascota, es para aceptarla y
quererla como a uno más. ¿A qué viene esto?, se preguntarán, ¿qué tiene que ver
con el ébola? Para las personas que no sean de nuestro país, y no conozcan todo
lo acaecido con el contagio de Teresa, la reflexión con la que quiero terminar
este artículo es un recuerdo, un… Lo cierto es que no sé cómo llamarlo.
Quiero hablar de
la mascota de Teresa, un perro llamado Excalibur y que copó las
noticias de los telediarios y páginas de los periódicos cuando fue sacrificado.
Como ya he dicho antes, no me gusta el maltrato animal, pero en este caso tengo
muchas dudas y preguntas que dejo volar y que, cada uno de los que lean esto,
se responda en conciencia:
- Sabiendo que la
dueña de Excalibur estaba enferma de ébola, su marido era un supuesto
contagiado, así como algunas personas de su entorno: ¿quién se hubiera hecho
cargo de Excalibur? ¿Deberían de haberlo dejado solo en el entorno familiar,
sin nadie que lo cuidara? ¿Lo llevarías a tu casa, con tu familia?
- Si no hay
infraestructuras hospitalarias para hacer frente al ébola, si no hay
suficientes trajes para poder atender a los contagiados… ¿Existe algún
veterinario en la capital que hubiera podido hacerse cargo de él? ¿A qué
clínica lo hubieran llevado? ¿Con qué medios de transporte se contaba?
- Si no lo
llegan a sacrificar, es seguro que Excalibur acabaría en manos de la ciencia
para estudiar en él: si estaba afectado, evolución de la enfermedad, modos de
transmisión en el caso de acariciarlo, de que mordiera, etc.
Y, por último y
lo más doloroso de compartir, aunque me tachen de cruel:
- ¿Es lógico, o
normal, ver a cientos y cientos de personas manifestándose delante de la casa
de la enferma para que no mataran al perro? ¿Era lícito dejarlo vivir?
- ¿Es lógico que
los ciudadanos se enfrenten a la policía para pedir “el indulto” del animalito?
¿Es lógico que algunos de estos ciudadanos acabaran incluso contusionados al
“amotinarse” por la muerte de un perro, muy querido, sí, pero una
mascota que puede ser que estuviera contagiada? ¿Es lógico que se manifiesten
por un perro y NO SE MANIFIESTEN POR LAS MILES Y MILES DE MUERTES QUE EL ÉBOLA
ESTÁ CAUSANDO ENTRE LOS ENFERMOS QUE LO PADECEN EN ÁFRICA? ¡ESTOS ÚLTIMOS,
SEÑORES, SON PERSONAS Y, HASTA AHORA, NADIE HA SALIDO A LA CALLE
A APIADARSE DE ELLOS!
Madrid, 26 de
octubre de 2014 – 20,37 p. m.
Juana Castillo
Escobar