Te
buscaré, belleza,
dondequiera
que estés:
escondida
en las remotas estrellas,
muda
en los geranios de mi ventana.
Mendigo
sediento soy de tus huellas.
Desnuda
y pura te revelarás
en
la mujer amada;
dejarás
ver tu faz
en
el vuelo fugaz
de
la dulce paloma
y
en el suave rosicler de la aurora.
Encontraré
tu efluvio
dentro
del refugio de la amistad,
en
el río de las aguas divinas,
en
la sal de las lágrimas
y
el salitre del mar.
Porque
sólo en el amor se podrá
dar
con tu morada definitiva.
Aníbal Colón de La Vega
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