Vengo de una casa pobre,
tan pobre como los pájaros
y la puerta siempre estuvo
abierta; cada mañana
el girasol de la aurora
traía por las ventanas
la risa de los muchachos
y el resplandor y el susurro del agua de la quebrada...
No había dónde sentarnos, excepto el suelo,
para estar cerca de Dios
y el cielo de la mirada
por donde andaban los ángeles
que compartían la parva
de hambres y de pobrezas,
de pies descalzos con santidad y mañanas
florecidos como el sueño.
Vengo de una casa pobre
donde no faltaba nada...
(c) José Manuel Solá / 26 octubre 2014
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