Palomar
de buenas y malas nuevas,
columbario
de esperanzas frustradas,
antes
tocaban a tu portezuela
cartas
de amor, albricias y libranzas.
Eras casilla
oscura de sorpresas,
donde llegaban
dones y cobranzas,
notas
de triunfo y avisos de guerra.
Caja de
Pandora, que pregonabas
natalicios,
exequias y ferias.
Las
palomas sobre ti se posaban;
y
alrededor de tu columna esbelta
crecían
enredaderas rosadas.
Caían
lluvias, nieves y tormentas;
mas
siempre la banderola escarlata
esperaba la mano mensajera.
Ansiaba recibir veinte palabras,
aunque fueran adversas o funestas;
aunque nadie sus sueños recordara
ni pudiera reconocer sus señas.
Ahora que se extraviaron las cartas,
en la antigua morada solariega
un buzón cubierto de telarañas
apenas justifica su existencia.
Quien no se cuenta entre los vivos, calla
ante la ausencia de letras benévolas.
Mientras al otro lado de la estrada,
el anciano desolado contempla
la tarde final que se desparrama
sobre las ranuras de las sierras,
cual pliego de Dios en urna dorada.
Aníbal Colón De la Vega
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