Estimado Baudelaire:
Estoy segura que de alguna forma recibirás esta carta porque tu nombre e identidad nunca fueron
ni habrán de ser desconocidos.
Permíteme que te tutee, pues me han dicho que hace tiempo
estuve contigo. Fue cuando siendo niños aún nos habitaba la inocencia y apenas
sabíamos que significa tener nombre.
Luego, la vida nos llevó por distintos caminos: para ti abrió la página de los
reconocidos y a mí me elevó al alboroto
que corre entre sus líneas.
Estoy segura que nunca volveremos a encontrarnos y es por
eso que acorto la distancia que nos separa escribiéndote, a la par que expreso
cuánto me gustaría coger tu mano un instante, para saber como late el pulso de
los genios.
Desde hace mucho tiempo oigo hablar de tus injurias,
desenfrenos y el aire despeinado que te envuelve y guarda para ti todas sus
calles.
Acaso porque soy menos que nadie para juzgarte, un extraño
guiño me lleva a ese lugar donde el desamor se entretiene llenando para ti
cuencos de noches sin estrellas, y allí, cerca de tu apariencia impasible, me
pregunto si bajo la indiferencia, no ocultarás un dolor en el dolor de tus
huesos, como el mismo “Moisés” gestado
por Da Vinci, lo escondió en su rodilla.
“El hombre es el yo y sus
circunstancias”, tal como asevera una sentencia, y desde esta posición me
apresuro a disculparte, porque siendo humana y extensa la condición de excusar,
estoy segura que siempre podré hacerlo desde alguno de sus diccionarios.
©Esther
González Sánchez
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