Al final de la dura jornada,
te queda una larga cicatriz,
y yaces sobre piedra cansada.
La vieja herida florecerá,
transfigurada.
Y la lápida reposará
sobre tus carnes esperanzadas.
Te vas, amigo, en momento ingrato.
Entierras en el foso los talentos,
y nos dejas hundidos en el llanto.
Eras amparo firme de los pobres,
amante inmaculado de las letras;
y entre los caballeros, el más noble.
Ahora que florecen los almendros,
navegas por la ruta de los astros
hacia la quieta cima de los cielos.
Dime, peregrino del infinito,
si todavía palpita en tu mente
la remembranza de nuestros motivos.
En la hora amarga de la despedida,
prometo regresar a este santuario
donde yace la osamenta dormida.
Y extender mis brazos al universo,
más allá de las remotas galaxias,
donde mi verso encuentre tu recuerdo.
Aníbal Colón de La Vega