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Amo la sombra de los árboles en las plazas de los pueblos pequeños.
También amo el tomate, ¿cómo no?
y esas cartas de amor, escritas a mano, que a veces nos sorprenden;
amo los cuadros de Dalí
como la algarabía del canto libre de los pájaros.
Amo la lluvia apasionada y dócil a media noche.
El café, ay Dios mío, el café de los campos de Adjuntas
y ver los tabacales en los cerros
como amo la locura de los que liberan islas...
el agua, el mar, el vino, las naranjas
y los paraguas rotos que vuelan de las manos;
amo los libros viejos,
las veredas de campo con sus lunas,
las canciones de Pablo Milanés,
los poemas de Huidobro, Neruda, Idea Vilariño,
la voz de Pavarotti
y ah... María Callas cantando O mio babbino caro.
Amo el triple salto mortal de las trapecistas,
las fotos de otros tiempos,
como amo la paz de los sinceros;
los gatos de la noche,
ese calor anciano en manos del abuelo;
las novelas radiales que escuchaba mi madre...
Amo a Vanessa Redgrave como Isadora Duncan
que me incendió de niño.
Pero, sobre todo, amo el pan,
las manos tibias,
la risa de los viejos...
(c) José Manuel Solá / 14 de febrero de 2014
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